“¿Cómo voy a perdonarlo si no puedo confiar en él?” Una esposa estaba hablando de su esposo, que había tenido una aventura amorosa con una mujer, a la que conoció en un crucero al Caribe. Pero esta no había sido la primera vez, ni la segunda, sino la tercera vez. ¡Ahora él estaba regresando pidiendo perdón de nuevo!
Como él había sido honesto en su confesión, él esperaba que el perdón fuera instantáneo, incondicional y completo. Después de todo, su esposa era cristiana, ¿no es cierto? El perdón suena como una idea maravillosa, hasta que eres tú, la que tiene que perdonar.
¿Debes de perdonar a alguien que ni siquiera te ha pedido perdón? ¿Por qué tienes que perdonar cuando has sido tú la ofendida? Porque Jesús murió clavado a una cruz para poder perdonar tus pecados y los míos. ¡Él perdonó hasta a Sus enemigos!
El primer clamor de nuestro Salvador fue uno de perdonar a Sus enemigos. En Lucas 23:34,Jesús dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
“Setecientos años antes” de que Jesús fuera crucificado entre dos ladrones, Isaías había profetizado “que Jesús llevaría “sobre sí mismo” el pecado de muchos, y oraría en favor de los pecadores.” Cuando Jesús vino a vivir entre los hombres, no había lugar para Él en el albergue. Él nació en un establo, fue puesto en un pesebre, rodeado de animales.
Jesús, no solo nació entre animales, sino que murió entre criminales. Al hacerlo, Jesús demostró la profundidad de Su amor por nosotros. Durante Su ministerio, Jesús perdonó muchas veces, a aquellos que necesitaban Su misericordia.
En Marcos 2:5 Jesús le dijo a un paralítico, “Hijo, los pecados te son perdonados.” Las palabras de Jesús causaron un revuelo de controversia, porque Sus oyentes “sabían” que solo Dios puede perdonar los pecados. A decir verdad, pecar contra otros, ¡es pecar contra Dios!
Jesús explicó, que Él tenía el derecho de perdonar pecados, ¡porque Él tenía las credenciales de Dios! Sin embargo, en la cruz, Él no ejerció Su prerrogativa divina. Sacrificado como el Cordero de Dios… ¡Jesús se negó a usar el rol de Su divinidad! Jesús era Dios, ¡SI!, pero escogió “no usar” Sus derechos divinos.
Como Jesús se identificaba “tan completamente con nosotros”, Él dejó a un lado “momentáneamente” Su posición de autoridad. Sin embargo, Su corazón se sentía agobiado por aquellos, que habían instigado, y cometido el peor crimen en la historia. Él oró… para que lo imperdonable… ¡fuera perdonado!
En Su primer clamor en la cruz, Jesús llamó a Dios… “Padre”, e hizo lo mismo a lo que exhalaba Su último respiro, Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Luego, Jesús también clamó en Marcos 15:34, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Esa fue Su hora más oscura -- tan oscura que la naturaleza “tembló” cuando la luz del sol desapareció. En ese momento, el Hijo experimentó “la pena máxima” por nuestros pecados, y hasta el Padre retiró Su bendita presencia. Cuando la muchedumbre llegó al lugar llamado “La Calavera”, la cruz fue puesta en el suelo, y Jesús colocado sobre ella.
¡Ahí es donde Su oración comienza! El texto griego implica que Jesús seguía repitiendo las palabras, “Padre, perdónalos…” “Padre, perdónalos…” A pesar de que Jesús fue arrestado ilegalmente… e insultado, Él sabía que contaba con la bendición y la presencia de Su Padre. Él también sabía que Su oración “por Sus enemigos” sería contestada.
Todos los discípulos abandonaron a Jesús (excepto Juan, quien luego regresaría a la escena del crimen).
Las injusticias de Sus enemigos, y la traición de Sus amigos no pudieron destruir Su confianza en la presencia del Padre. Jesús sabía que Su Padre lo hubiera podido salvar de esta injusticia. ¡SI! Y como la segunda persona de la Trinidad, Jesús podría haber elegido bajarse de la cruz.
Pero dicha salvación no era parte “del plan acordado” en los siglos de la eternidad. Por lo tanto, Jesús estaba contento con decir “Padre” aunque Sus derechos “habían sido arrogantemente ignorados”. ¡Lo insultaron de una forma terrible! Estos sufrimientos no escondieron el rostro de Su Padre… ¡a quien Jesús quería complacer!
Nosotros pensamos “que ningún padre puede soportar ver a su hijo sufrir injustamente”. Pero el Padre de Cristo “se mantuvo firme” en la presencia de la “perversidad incontrolable” de la gente. Jesús sabía que Él podía depender de Su Padre, aun cuando la maldad, parecía estar fuera de control.
Cuando el hombre hizo lo peor… JESÚS ORÓ -- no por la justicia -- sino por la misericordia. Él rogó que Sus enemigos no tuvieran que pagar “la justa consecuencia” de sus malas acciones. Y Jesús oró, no después de que Sus heridas hubieran sanado, sino mientras estas heridas todavía estaban abiertas.
Palabras de perdón salieron de los labios de Jesús, mientras que los clavos eran clavados en Su cuerpo, mientras el dolor era de una intensidad terrible, y mientras la angustia de Jesús, era tremendamente intensa. ÉL ORÓ… ¡cuando la cruz fue puesta dentro del hueco en la tierra… ¡con un golpetazo!
Cuando el dolor era inimaginable, Jesús, que era la víctima del crimen más horrendo de la historia… ¡oró por los criminales! En Getsemaní, Jesús oró, Padre mío, si es posible, haz que pase de mí esta copa. Pero que no sea como yo lo quiero, sino como lo quieres tú.
¡La copa le fue dada a Jesús por Su Padre! Su objetivo era “de comprar a la gente para Dios de cada tribu, y lenguaje, y gente y nación.”
Esto significaba que el Hijo seria crucificado, y se volvería “pecado” por la humanidad. ¡Jesús bebería de la copa del sufrimiento! Esta copa compraría el perdón… ¡por el cual Jesús había orado!
¿Podemos decir “Padre” cuando nos están afligiendo? ¿Podemos orar por el perdón de aquellos que están tratando de destruirnos? ¿Tenemos la suficiente fe “para dejar la justicia” en las manos de nuestro Padre Celestial?
Romanos 12:19 dice, No busquemos vengarnos, amados míos. Mejor dejemos que actúe la ira de Dios, porque está escrito: «Mía es la venganza, Yo pagaré, dice el Señor. EN LA CRUZ VEMOS EL AUTOCONTROL DE UN HOMBRE… ¡DE JESUS! que tenía el poder de destruir, pero escogió perdonar. ¡SI! ¡ESCOGIÓ PERDONAR!
En estas palabras, ¡encontramos la esperanza de nuestra propia salvación! Si Jesús se hubiera bajado de la cruz… ¡Su oración no hubiera sido contestada! Las personas que fueron salvadas hace dos mil años, fueron los primeros frutos, anticipando el día en que nosotros “que somos los gentiles” ¡seremos bienvenidos al reino!
¿Podría Dios haber perdonado “a estas personas” sin que ellos pidieran perdón? ¡NO! La oración no era para aquellos que no querían ser perdonados, sino para aquellos que buscaban el perdón. Ni tampoco era una oración general, dando un perdón a todos lo que estaban involucrados en la crucifixión. ¡NO!
Esta era la oración “para aquellos individuos específicos” a quienes Dios salvaría. No tenemos ninguna evidencia de que Jesús “alguna vez orara” por el mundo en general, sino que oró por aquellos que todavía no eran parte de Su familia, ¡pero que lo serían algún día!
¿Debemos perdonar a aquellos que piden perdón, aun cuando dudemos de su sinceridad o no confiemos en su motivación? La respuesta es ¡SI! Porque nosotros no podemos ver el corazón humano.
Jesús les dijo a los discípulos, que ellos tenían que estar dispuestos a perdonar muchas veces – setenta veces por siete – si es que querían entender el perdón de Dios.
Sin embargo – Y ESTO ES BIEN IMPORTANTE – el perdón es “muy diferente” a la reconciliación. Por ejemplo, Una esposa puede perdonar a su esposo adúltero, pero no significa que ella tenga que confiar “ciegamente” en su forma de vivir. ¡NO! Debe de haber consejería, responsabilidad, y por supuesto, el pasar del tiempo.
¡Recuperar la confianza será un proceso largo y difícil! ¿Debemos perdonar a aquellos que no nos piden perdón? ¿Si Dios “no perdona” a aquellos que se niegan a pedirle perdón, ¿por qué debemos perdonar nosotros?
La respuesta es -- que aun cuando no nos pidan perdón -- debemos de perdonar para liberarnos “nosotras mismas” de la amargura… ¡y entregarle a Dios la persona que nos ha herido! En las relaciones humanas, cuando se pide perdón, la reconciliación “no es necesariamente” una cosa segura.
El objetivo es siempre la reconciliación, ¡porque es la unión de dos corazones divididos! Pero cuando no se pide perdón, la persona ofendida debe de escoger “perdonar”, y el pecado cometido por esa persona, se lo debe de entregar a Dios. Si no, el dolor y el enojo destruirán nuestra mente… ¡y afligiremos al Espíritu Santo!
¡El culpable ya ha causado suficiente dolor! La única manera de liberarnos “de la influencia continua “de él o ella” es de perdonar… ¡entregándole el asunto a Dios! Cuando el pecado no se toma en serio, ¡entonces el perdón se recibe a la ligera! ¡Hasta el arrepentimiento sincero, se lo debemos entregar a Dios “a diario!”
El primer clamor de Jesús en la cruz “HACE ECO A UNA PALABRA” -- sin la cual no podemos ser salvas -- ¡EL PERDÓN! Entonces y ahora, el perdón “se concede gratuitamente” a los que lo piden. Gracias a Dios, la muerte de Jesús hizo que la respuesta a Su oración, Padre, perdónalos…” ¡SE HICIERA REALIDAD!