1Te exaltaré, mi Dios, mi Rey; por siempre, bendeciré tu nombre. 2Todos los días te bendeciré, siempre alabaré tu nombre. David comienza alabando a Dios en el Salmo 145.

El Salmo 145 es el último de los salmos de David. ¡Es su última voluntad y testamento! ¿Cuál crees tú que sería el tema de su último salmo? Si sabemos “algo” acerca de David… ¡él estará alabando a Dios!

¡SI! El Salmo 145 es verdaderamente un salmo extraordinario de alabanza, una descripción general de todo lo que David había aprendido acerca de Dios -- durante su vida -- siguiendo al Todopoderoso.

David reconoce qué aunque él había sido elegido “rey” por la nación de Israel, Dios era “realmente” Rey de reyes y, por lo tanto, Él era el rey de David también. Y no solo el Rey de reyes, sino también el Rey de toda la creación y de todas las personas. Efectivamente, ¡Dios es nuestro Rey!

Él nos gobierna -- aunque queramos reconocer Su reinado, o no. ¿Qué es lo que este gran Rey se merece? ¿Qué le podemos dar cuando vamos a Su presencia? Era la costumbre llevarles regalos a los reyes, pero no hay nada que le podemos dar a Dios… ¡que Él no tenga ya! ¡Todo es Suyo!

Lo único que podemos darle “a este increíble y maravilloso Dios” es nuestra alabanza… nuestra adoración. Te exaltaré, mi Dios, mi Rey; por siempre… En este salmo David alaba a Dios por Su grandeza, Su gracia, Su fidelidad, y Su justicia.

¿Pero qué significa alabar a Dios? Significa expresar palabras de adoración a Dios, por lo que Él hace, y por ser quien es. ¡OJO! Cuando tú alabas a Dios, ¡tú no eres el centro de atención! ¡Tú no eres la protagonista de la película! ¡ÉL ES!

¡Alabar tampoco es agradecimiento! Cuando tú le agradeces al Señor, tú le estás agradeciendo por algo que Él ha hecho por ti, o algo que te ha dado a ti. En ese caso, ¡tú sí eres la protagonista! Sin embargo, ¡LA ALABANZA ES TODO ACERCA DIOS!

Cuando tú alabas al Señor, tú le dices, “Padre, tú eres fiel. Tú eres digno de elogio. Tú obra es magnífica. Tú eres santo. Tu Palabra es verdad.” ¡Es al Señor al que debemos alabar! Él es el que edifica, que restaura, que sana, el que tiene todo el poder, y cuya gracia es infinita. ¡SOLO “ÉL” ES DIGNO DE ALABANZA!

Si quieres un gran lugar para comenzar a alabar al Padre, abre los Salmos y léeselo a Él. Alaba a Dios por lo que ha dicho. Alábalo por ser quien es, por las formas como Él se ha revelado a sí mismo -- a ti personalmente -- por las formas que Él está obrando en el mundo, y por la manera, como Él está moldeando el futuro.

5Se hablará del esplendor de tu gloria y majestad, y yo meditaré en tus obras maravillosas. No importa cuán bien intencionadas estamos “en enfocarnos en Dios”, los eventos “de un día cualquiera” parecen debilitar nuestro enfoque.

Muchas de nosotros no vivimos en un monasterio o en una cabaña en el bosque, y no existimos solamente para estar en comunión con Dios, de manera consciente. Tenemos horarios. Distracciones. Personas con quienes tenemos que lidiar. Y una algarabía de voces compitiendo por nuestra atención. ¡Enfocarnos en Dios se nos hace difícil!

Por eso tenemos que practicar, dándole a Dios toda nuestra atención. Es lo que el hermano Lorenzo, y otros llaman, “Practicando la Presencia de Dios”. Debemos tomar los momentos – aunque sea a la fuerza – y volver a poner nuestra atención en Dios, hasta que se vuelva en algo natural, para poder estar conscientes de Su Presencia todo el tiempo.

¿Y cómo podemos hacer eso? Piensa en todas las veces que esperamos por algo – ya sea en la cola de la tienda – o esperando en el teléfono para hablar con alguien, o en cualquier otro momento libre, cuando nuestros pensamientos se ponen a divagar. ¡Aprovecha para comenzar una conversación con Dios en esos momentos!

Al principio de una reunión o hasta en medio de una conversación con alguien, has una oración silenciosa invitando a Dios a la conversación. Pídele que llene tus palabras con Su Presencia o que obre a través de las circunstancias. El resultado puede cambiar una conversación casual, o puede mejorar una relación, o hasta puede alcanzar nuevos objetivos.

Puedes aprovechar un momento de crisis para Su gloria. El curso de un día o de una vida, puede cambiar “radicalmente,” -- cuando invitas a Dios a participar en los detalles de algún momento dado.

¡Practícalo hoy mismo! Cada cierto tiempo, invita a Dios a participar en lo que está sucediendo en ti, y alrededor tuyo. Él puede “de forma invisible y poderosa” cambiar el ambiente con Su paz y Presencia, y tus días pueden tomar un nuevo significado.

16Cuando abres tus manos, colmas de bendiciones a todos los seres vivos. ¿Has notado el gran número de bendiciones que Dios te ha dado? Muchas personas no lo notan. Muchas de nosotras caminamos por la vida, y con las justas notamos la belleza exquisita del mundo natural. Nuestras relaciones, aunque imperfectas, nos dan el amor y el apoyo que anhelamos.

Además, tenemos cuerpos relativamente saludables, qué a pesar de algunos achaques y, visitas al médico, nos mantienen respirando, pensando, sintiendo, y hasta percibiendo sonidos, aromas, sabores, ¡y mucho más!

Cuantas veces, las personas que se han encontrado cara-a-cara con la muerte, viven agradecidas por el nuevo día que Dios les ha dado. Que bendición, que nosotros tenemos la misma oportunidad de ser agradecidas, sin tener que pasar por una crisis primero.

Nosotros vivimos en un mundo que está lleno de obsequios y dones de nuestro Dios, que siempre tiene Sus manos abiertas. Sin embargo, también vivimos en un mundo caído, imperfecto, y frustrante. A lo mejor esa sea la razón, que no reconocemos la belleza alrededor nuestro.

Nuestra naturaleza humana, muchas veces, se enfoca en todo lo que está mal, y en lo que se necesita arreglar. Pero un corazón agradecido “cambia esta naturaleza”, y se enfoca más bien, en la gloria y la belleza de nuestra existencia. Nuestra alabanza orienta nuestros corazones hacia el Dios de las cosas buenas.

¿Cómo se relaciona todo esto con nuestra “vida de fe y oración?” Por empezar, es conociendo al Dios al que le oramos. Y también es vivir con un espíritu de lo maravilloso, que les da tanta energía a nuestras oraciones -- que lo mundano y la rutina diaria -- ¡no le pueden dar!

Nosotras oramos esperanzadas, “y con entusiasmo” cuando conocemos a este Dios y nos maravillamos con Su creatividad y generosidad. Nuestras oraciones se vuelven en conversaciones rebosantes… ¡en vez de ruegos desesperados! Nuestras oraciones se conectan con el corazón del Padre, ¡porque sabemos quién es Él!

¡Así que! ¡Regocíjate en la generosidad de Dios! Aprende a reconocer cada regalo y cada don que Él te da, aun cuando sea “simplemente” nuestro próximo suspiro. Démosle gracias a Dios por las personas que Él ha puesto en nuestra vida, aun cuando a veces, puedan ser un poquito pesadas.

Entrena a tu corazón en el arte de ver bendiciones… ¡y ora por bendiciones específicas! Un corazón agradecido, “elevado hacia el cielo” es una oración perfecta.

20El Señor cuida a todos los que lo aman.

Una jovencita estaba viajando en tren “por primera vez” cuando escuchó que el tren tendría que cruzar varios ríos. Ella se sentía preocupada y miedosa mientras pensaba acerca de toda esa agua. Pero cada vez que el tren se acercaba a un rio, un puente estaba siempre ahí, para proveer un camino seguro para cruzar.

Después de pasar “sin peligro” sobre varios ríos y arroyos, la muchachita se sentó “más cómodamente”, con un suspiro de alivio. Entonces se volteó hacia su mamá, y le dijo, “Mami, ya no estoy preocupada. Alguien ha puesto puentes -- para nosotros -- por todo el camino.”

Cuando nosotros llegamos a los ríos profundos de las pruebas y a los arroyos de la tristeza, nos damos cuenta que Dios, en Su gracia, “ha puesto puentes para nosotros por todo el camino.” ¡Así que no tenemos que sentirnos desanimadas ni ansiosas!

Dios siempre proveerá por nosotros, y nos llevará sanas y salvas a través de las dificultades. Aunque no podamos entender como Dios satisfará nuestras necesidades… ¡podemos estar seguras ,que Él verá la forma de hacerlo!

A aquellos que le han entregado a Dios “sus situaciones difíciles”, pueden exclamar con el salmista, TÚ, SEÑOR, ¡PROTEGES A LOS QUE TE AMAN!