Por años, Cristina había regañado a su hijo, Pablito, a que fuera mejor estudiante, a que se sacara mejores notas, y que los resultados de sus exámenes fueran un poquito más brillantes. Cristina siempre estaba un poco desilusionada con Pablito, porque él nunca estaba a la altura “de la excelencia” que ella esperaba. ¡Nunca lo alentaba!
Cuando Pablito estaba en su último año de educación secundaria, el grupo estudiantil del colegio, decidió invitar a los papás y mamás a una ceremonia de premios, para que ellos pudieran ver que sus hijos estaban siendo honrados por sus logros. ¡Cristina estaba perpleja por la invitación!
Obviamente, si la habían invitado sería porque Pablito iba a recibir un premio “por algo”, pero ella no se imaginaba, lo que podía ser. Conforme la gente llegaba al auditorio del colegio, se le entregaba el programa. Cristina todavía no podía concebir que Pablito se ganara algo. Pensó, ¿Nos habrán invitado solo para llenar el auditorio?
Cristina estaba ahí sentada, teniendo que mirar a los otros estudiantes “con las calificaciones más altas” caminar al estrado, recibir aplausos, mientras que su hijo estaba sentado en la parte de atrás del salón, “¿Por qué no se esforzó más? pensó Cristina. ¿Por qué era él tan mediocre? ¡Cristina no veía las horas de que todo esto se terminara!
En eso, el director se acercó al micrófono y anunció: “Por primera vez este año, estoy presentando un premio “muy especial” a un muchacho que ha sido “tan excepcional”, que nosotros no podemos pasar por alto sus logros.” ¡ÉL LLAMÓ A PABLITO PARA QUE SUBIERA AL ESTRADO!
Y luego, dedicó varios minutos para describir el buen carácter del hijo de Cristina, su bondad hacia otros, su integridad, y su liderazgo tranquilo. Nunca hemos tenido un alumno, como Pablito en nuestro colegio,” dijo el director. ¡Y nunca habrá otro como él!
“Así que, Pablito, te estamos dando el primer, y posiblemente sea el último premio de la “Copa del Director” por tu integridad, tu diligencia, y decencia. Gracias por haber dado “tanto de ti” a nuestro colegio. Nadie que te haya conocido, realmente, podrá ser el mismo de nuevo.
En ese momento, Cristina sintió que el director le estaba hablando directamente a ella. Realmente, Cristina nunca había conocido a su hijo – y menos aún, nunca lo había apreciado por ser quien era. ¡Nunca lo había alentado! ¡Cristina nunca más sería la misma! ©© Un autor anónimo escribió, “Dar aliento no cuesta nada, pero es invalorable para el que lo recibe”.
2 Corintios 1:3-4 dice, Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, 4 quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están sufriendo, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.
“Consolar” es una palabra muy poderosa, que significa “fortalecer, ayudar, alentar, dar esperanza, aliviar la pena, levantar el espíritu de la soledad, o el dolor”. SEA LO QUE FUERE, ¡TÚ SUPERARÁS EL DOLOR! ¿Tienes miedo que no? Todos tenemos ese miedo. Tenemos miedo que la depresión nunca se irá, que la gritería nunca parará, que el dolor nunca se irá.
¿Se hará esta carga más liviana? Nos sentimos atrapadas… encerradas. Predestinadas al fracaso. ¿Saldremos de esta situación alguna vez? ¿Te ha dado Dios el consuelo y la esperanza que necesitabas, cuando estabas angustiada y afligida en medio de muchas pruebas?
¿Fueron las oraciones de alguien las que te alentaron en tu momento de enfermedad o quebranto? Dios “no quiere” que ese “aliento” se quede encerrado en tu corazón… una vez que lo recibas. ¡Él quiere que lo compartas con un mundo dolido!
Por eso Jorge Adam dijo “que el aliento es el oxígeno del alma”. Y William James también dijo, “El deseo más profundo del corazón humano es el de ser apreciado”.
Les voy a dar algunos versículos que las alentarán en sus momentos difíciles. 1 Pedro 5:7 dice, Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes. En Hebreos 13:5, Dios te dice, Nunca te dejaré; jamás te abandonaré.
Filipenses 4:19 dice, Mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús. Y el Salmo 55:22 nos dice, Tú, deja tus pesares en las manos del Señor, y el Señor te mantendrá firme. El Señor no deja a sus fieles caídos para siempre.
Muchos piensan, que cuando Dios nos consuela, nuestras dificultades deberían de desaparecer. Pero si fuera ese el caso, la gente invocaría a Dios solo con el deseo de que les alivie el sufrimiento… ¡y no por amor a Dios! Debemos entender que ser “consoladas” también significa recibir fortaleza, aliento y esperanza para poder enfrentar adversidades.
Cuanto más sufrimos, más consuelo recibimos de Dios. Si tú te sientes abrumada, deja que Dios te consuele. Recuerda que cada prueba que soportas, te ayudará a consolar a otras personas que están pasando por problemas similares. ¡Dios puede hacer por ti, lo que nadie más puede hacer! ¡Él tiene el poder que nadie más tiene!
Él está dispuesto a encontrarse contigo en tus momentos de necesidad, aun cuando esa necesidad, te la hayas infligido “tú misma”. Él nunca se burlará de ti en tu debilidad. Él no estará ahí, diciéndote sarcásticamente, “Yo te lo dije”. Él está lleno de misericordia. Él no tiene favoritos ni muestra parcialidad. Nunca se impacienta. Él es fiel a todas Sus promesas.
A Dios le encanta proveer por ti. Él goza dándole paz a tu corazón. ¡Él es realmente todo lo que necesitas! Cuando Dios permite pruebas en tu vida… ¡Él también provee el consuelo! ¡El aliento! © Entonces, ¿Por qué correr a cualquier otro lugar en tu momento de debilidad o dificultad? © ¿Te acuerdas de algún momento en que necesitaste el aliento de Dios? ¿Cómo te vino ese estímulo?
¿Te ofreció alguna amiga una palabra de aliento? ¿Te habló al corazón un versículo de la Biblia? ¿O escuchaste un “sermón” que lidiaba con tu situación?
Como sea que hubiera llegado, fue probablemente un recordatorio de que Dios es quien dice ser, y que tus pruebas no cambian ese hecho. Lo que ayuda más -- cuando estás sufriendo -- es tener una nueva visión de la verdad de Dios.
Nunca se sabe cuándo “vas a necesitar más” del consuelo del Señor… y cuando el cuidado de Dios será tu única esperanza para enfrentarte al mañana.
Un día en 1932, el pianista, cantante y compositor, Tomás Dorsey, descubrió su necesidad del consuelo de Dios. Él, y su esposa Nattie, vivían en Chicago. Nattie estaba encinta. Tomás se despidió de ella, y manejó a San Luis para cantar en un avivamiento cristiano.
Todo fue de lo más bien, y la multitud reaccionó entusiásticamente. Cuando Dorsey terminó su actuación, recibió un telegrama con la terrible noticia de que su esposa había muerto dando a luz. A las pocas horas, el bebé también murió.
Lleno de dolor, Dorsey se preguntaba. ¿Qué si yo me hubiera quedado en Chicago, y no hubiera ido a San Luis? ¿Habría sido Dios injusto con él? A los pocos días de la muerte de Nettie, Dorsey se sentó al piano y comenzó a tocar.
Finalmente, sintiendo la paz y la cercanía de Dios, él empezó a cantar nuevas palabras, y a tocar una nueva canción: “¡Precioso Señor, toma mi mano, guíame, ayúdame a pararme! Estoy cansado, estoy débil, estoy fatigado, a través de la tormenta, a través de la noche; guíame a la luz, toma mi mano, precioso Señor, llévame a casa.”
¿Tienes algún problema demasiado grande para manejarlo sola? ¿Tienes una aflicción demasiado grande para soportarla? Pon tu mano en la mano del Señor. Y deja que el “Dios de toda consolación” guíe tu vida.