Apocalipsis 1:17-18 dice, Cuando lo vi, [dijo el apóstol Juan] caí a sus pies como muerto. Pero él puso su mano derecha sobre mí, y me dijo: «No temas. Yo soy el primero y el último, 18 y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre. Amén. Yo tengo las llaves de la muerte y del infierno.
¿Sería tal vez miedo al fracaso? ¿Miedo al abandono? ¿Miedo a ser traicionada? ¿Miedo a la soledad? Tal vez todos estos afectan tu vida emocional. Sin embargo, nosotras tenemos un miedo mucho más profundo que todos esos.
¡ES EL MIEDO A LA MUERTE! Todas sabemos que nuestras vidas están llegando a su fin. Hemos pasado la mayor parte de nuestra vida, tratando de descifrar todo esto. Algunas personas ignoran su mortalidad, y otras viven obsesionadas por ella. Los existencialistas llegan a la conclusión que esto es una señal de que nada tiene sentido.
Y las sectas religiosas concluyen que es solo “un rito de paso” a un mundo mejor. Cada religión trata de lidiar con esto, porque cada persona lucha con esto. En el fondo, todas sabemos que vamos a morir. ¡Y la muerte nos asusta! La gente que cree que la fe cristiana es superficial y simplista, no le ha prestado mucha atención a lo que el cristianismo afirma.
Jesús vino para sanar y salvar, para bendecir y edificar un reino diferente. Antes que nada, Jesús lidió con nuestro miedo más profundo: ¡Él venció a la muerte! Y no solo eso, Él lidió con su terrible fuente – el pecado.
La muerte vino al mundo como resultado de nuestro pecado, y nosotras dejamos este mundo “con un terror absoluto” de lo que nos espera en el más allá.
¿Qué harías tú si supieras, que solo te queda un día de vida? Esa fue la pregunta que el director de una cadena de escuelas vocacionales le hizo a 625 jóvenes estudiantes.
Sus resultados revelan que el 20% de los jóvenes a los cuales les preguntó, dijeron que ellos pasarían su último día en esta tierra jaraneándose… bebiendo, drogándose, y persiguiendo a mujeres jóvenes.
Sin embargo, una chica de dieciocho años respondió de manera muy diferente. Ella escribió: “A mí me gustaría pasar mi último día en la iglesia (de estar a solas con Dios) para darle las gracias por una vida plena y feliz”.
Aunque parezca mentira, muchos creyentes han aceptado a Cristo como Salvador, pero todavía le tienen miedo a la muerte. Ellos están seguros que han sido perdonados y que Jesús ha conquistado la muerte, pero se preguntan si tal vez ellos han pecado demasiado, o si se han saltado algún paso crítico hacia Dios.
Tus miedos – tus ansiedades más profundas – son la razón por la cual Jesús vino. Él no te ofreció una salvación superficial. Él va a lo más profundo de tu ser, y te quita tu miedo.
Mi papá se murió cuando yo tenía solo 11 años. Él murió muy joven. Mi mamá me contó que mi papá siempre le había tenido mucho miedo a la muerte. Cuando le llegó la hora, Jesús lo llenó de Su paz, y mi papá murió tranquilo en los brazos del Señor.
Han notado que cuanto más envejecemos, la vida parece hacerse más corta. El autor Víctor Hugo, dijo, “Con lo corta que es la vida, nosotros la hacemos más corta todavía, cuando perdemos el tiempo descuidadamente”. No hay ejemplo más triste de tiempo desperdiciado, que una vida dominada por el miedo y la preocupación.
Angélica siempre había soñado con viajar en tren por la campiña de Inglaterra. Después de varios años, su sueño se hizo realidad.
¡Angélica estaba emocionada! Después de abordar el tren, Angélica no hizo otra cosa que preocuparse y regañar acerca de todo… acerca de las ventanas, y de la temperatura del tren, quejándose acerca del asiento que le habían asignado, reorganizando sus maletas, y así sucesivamente.
Para su sorpresa, el viaje llegó a su fin, mucho antes de lo que ella se esperaba. Con mucha pena, le contó a la persona que la había ido a recoger, “Ay, si hubiera sabido que llegaría tan pronto, no hubiera perdido mi tiempo preocupándome por cosas sin importancia”.
Es muy fácil distraernos con los problemas que no importarán “realmente” al final de la vida – como aquellos vecinos pesados, un presupuesto ajustado, las señales de vejez, o la gente que tiene más dinero que nosotras, etc.
Quiero que sepan… que al reloj de la vida se le da cuerda una sola vez, y ningún hombre o mujer tiene el poder de saber cuándo las manecillas pararán, ya sea si temprano o tarde. Perder las riquezas de uno es triste. Perder la salud de uno es más triste todavía.
Pero perder el alma es una pérdida tan grande, que ningún ser humano la podrá restaurar. ¿Se imaginan… qué treinta y nueve personas “han muerto” mientras yo les decía estas palabras?
Cada hora más de cinco mil personas van a encontrarse con su Creador. Tú podrías haber sido una de ellas. Tarde o temprano, tú serás una de ellas. ¿Estás lista?
Moisés reconoció la brevedad de la vida y oró, Enséñanos [Señor] a contar bien nuestros días, para que en el corazón acumulemos sabiduría. Enfócate en los valores eternos. Que sea tu meta la de saludar a tu Salvador “algún día” con un corazón de sabiduría, en vez de un corazón de preocupación.
Contra toda evidencia a lo contrario, nosotros crecemos pensando que somos invencibles. Hay algo profundo en el alma humana – algo que Dios ha puesto ahí -- que nos creó para la eternidad – que nos dice que la vida es interminable. Lo es, pero hay una gran diferencia entre la vida que vivimos ahora, y la vida, que viviremos en la eternidad.
Se superponen, pero solo una puede producir fruto para la otra. Lo que hacemos hoy día puede tener consecuencias eternas. ¡Nosotros podemos invertir en los tesoros del reino de Dios! Desgraciadamente hay tantas vidas que terminan en arrepentimiento. Si solo… si solo hubiera hecho esto o aquello. Si solo…
Muchas de nosotras dejamos que nuestros días se pasen, simplemente sobreviviendo o dedicadas al entretenimiento, nunca balanceando nuestras preocupaciones con los frutos eternos, que son los que importan. Debemos plantar para que nuestro Dios pueda cosechar, y recompensar.
Y para poder sembrar con una consciencia clara, sabiendo que el tiempo para plantar es extremadamente corto. La ventana de oportunidad para producir fruto para el reino de Dios, es realmente muy chiquita.
Santiago nos dice que nuestra vida es como la neblina. Y David dice en el Salmo 39: 5, Tú me has dado una vida muy corta; ante ti, mis años de vida no son nada. ¡Ay, un simple soplo somos los mortales!
En el contexto de la eternidad, nosotros somos solo un pequeño puntito en la línea del tiempo. Para el momento en que aprendemos lo que necesitamos saber, y estamos equipadas para servir, solo nos queda un momento. Pero Dios nos ha dado un privilegio maravilloso.
Nosotras podemos llevar a cabo, en este momento, obras de tal magnitud que pueden durar para siempre. Dios puede cambiar las vidas de otras personas a través nuestro. Él puede usarnos para moldear a nuestros hijos, a nuestros esposos, y a nuestras amigas.
Él puede alimentar al hambriento, alentar al marginado, redimir al perdido, sanar al enfermo, cultivar adoradores, y edificar Su reino por medio de nosotras. Pero solo si somos sabias, y hemos contado bien nuestros días. ¿Cómo podemos hacer que cada día cuente para Dios?
Primero, reconoce que la vida es corta, y que no tienes garantizada una larga vida. Tú podrás tener 20 años más. O te puede quedar un solo día. Segundo, enfócate en pequeños períodos de tiempo. Es más fácil llevar una cuenta de horas y días, que de meses o años. Enfócate en cómo hacer lo mejor de este día.
Tercero, vive cada día para Dios. Si hoy fuera tu último día de vida, ¿cómo lo usarías para hacer una diferencia en este mundo?