1 Tesalonicenses 5:18 dice, Den gracias a Dios en todo, porque esta es Su voluntad para ustedes en Cristo Jesús.
La ingratitud crea divisiones en las relaciones. Cuando una persona se esfuerza en darle gusto a otra, y la otra lo toma por hecho, la relación se enfría. En cambio, LA GRATITUD, acerca a las personas.
Esta muestra de aprecio hace que la persona se sienta valorada. Y cuando nos sentimos valoradas, nos volvemos más francas, y abrimos nuestros corazones. A todo el mundo le gusta ser afirmada y valorada.
Dios no necesita realmente nuestra afirmación. Sin embargo, las dinámicas de la gratitud aplican, no solo, a nuestra relación con Él, sino también a nuestras relaciones con otros.
La INGRATITUD no hace nada para que Jesús se acerque a nosotras, de forma más profunda. Pero la GRATITUD definitivamente que lo hace. Cuando somos agradecidas con Dios, reflejamos nuestro agradecimiento por lo que Jesús ha hecho por nosotras. La gratitud provoca comunión.
La gratitud por bendiciones obvias es buena. La gratitudpor bendiciones menos obvias es mejor todavía. Pero la gratitud, aun en medio de la adversidad, es la forma más madura de todas.
La persona, que puede darle gracias a Dios por Su obra, aun cuando Su obra sea dolorosa, es una creyente espiritualmente madura.
Cuando le damos gracias a Dios, por la respuesta a una oración, que todavía no se ha manifestado, estamos demostrando verdadera fe. Dios se acerca a aquellas que son agradecidas… a pesar de todo.
Tu gratitud es la voluntad de Jesús en toda circunstancia. Él no espera que disfrutes del sufrimiento. ¡NO! Pero recuerda… que tú no ves la figura completa. Tú necesitas confiar en Él, que si puede verla. Pase lo que pase, DA LAS GRACIAS. Esa es siempre la actitud apropiada, que hace, que Jesús quiera acercarse más a ti.
Efesios 5:19-20 dice, Hablen entre ustedes con salmos, himnos y cánticos espirituales, canten y alaben al Señor con el corazón, 20 y den siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
El hermano Lorenzo era un monje de bajo rango, que pasaba la mayoría de su tiempo, lavando las ollas y sartenes del monasterio, y arreglando las sandalias de los otros monjes. Él podía haberse sentido deprimido y triste, si hubiera dejado que su mente se enfocara en su trabajo tan monótono. ¡Pero no! ¡ÉL ESCOGIÓ OTRA ACTITUD!
Él decidió ver cada acto de servicio, cada trato con otros, y al mundo físico alrededor suyo, como momentos habitados por la Presencia de Dios. El decidió dejar que la gratitud y la adoración fluyeran constantemente a través suyo.
Y como resultado, él estaba tan lleno… y tan rodeado por la Presencia de Dios, que la gente buscaba su sabiduría, y gozaba de su compañía.
Una de las claves más importantes, de la experiencia que el hermano Lorenzo tenía con la Presencia de Dios, ERA LA GRATITUD. El aprendió a dar gracias hasta por las ollas y platos, que necesitaba lavar a diario.
Lorenzo comenzó a ver la vida como un regalo, y a relacionarse con Dios, como el Dador de ese regalo. Dios se apresuraba a encontrarse con Lorenzo en esa actitud. Lorenzo se hizo conocido por vivir una vida totalmente saturada de la Presencia de Jesús.
Dale gracias a Dios siempre por todo. No finjas gratitud por circunstancias dolorosas. Más bien, ten la seguridad de que Dios estará contigo en medio de ellas, y que todo en la vida, hasta las cosas más difíciles terminarán saliendo bien. ¡Todo apunta a tu favor! Jesús dispone todas las cosas para el bien de aquellos que lo aman. ¡Eso es digno de tu gratitud!
Un corazón que puede ver esto, y responder con agradecimiento, es un corazón que Dios busca llenar. Y esto convierte cada tarea, cada relación, y cada momento en un encuentro con Jesús.
Lucas 17:15-16, dice, Entonces uno de ellos, al ver que había sido sanado, volvió alabando a Dios a voz en cuello, 16 y rostro en tierra se arrojó a los pies de Jesús y le dio las gracias. Este hombre era samaritano.
Como pueden ver, la gratitud es fundamental en la vida cristiana. La gratitud es una respuesta consciente, que viene cuando miramos más allá de nuestras bendiciones… y miramos a la Fuente de toda bendición.
Como cristianas, hemos sido perdonadas, salvadas de la muerte, y adoptadas como hijas de Dios. ¡Qué mejor razón para estar agradecidas a nuestro Dios!
Los leprosos, en la época de Jesús, eran marginados socialmente. Su condición, tan contagiosa, los marginaba de todos aquellos que amaban. Cuando diez leprosos se encontraron con Jesús, le imploraron desesperadamente a que les mostrara misericordia.
Entonces Jesús los mandó donde el sacerdote. Y a lo que obedecían, ¡fueron sanados!
Estos diez hombres habían estado prohibidos de entrar a sus propios pueblos, a vivir en sus propias casas, a trabajar en sus propios trabajos, y hasta de tocar a sus propios hijos. ¿Se imaginan la alegría tan maravillosa que debe de haberlos llenado… a lo que corrían de regreso a su casa de nuevo?
Uno de los leprosos, un samaritano, paró y regresó corriendo para darle las gracias a Jesús. Normalmente, los samaritanos eran evitados por los judíos, ¡pero Jesús lo había sanado! Jesús le preguntó: “¿Dónde están los otros”? Diez leprosos habían sido sanados. Diez leprosos se estaban deleitando de su curación.
Diez hombres estaban corriendo llenos de alegría para compartir las buenas noticias con aquellos que amaban. Pero SOLO UNO consideró a la Fuente de la bendición, y paró para agradecer y adorar, al que le había devuelto su vida.
Nosotras también hemos sido sanadas por el Salvador. Ahora somos libres de gozar la vida abundante que nuestro Salvador nos ha dado tan gentilmente. ¿Podríamos nosotras, como los nueve leprosos, salir corriendo a gloriarnos de nuestras bendiciones, sin parar para agradecerle a nuestro Redentor? ¡Dios busca nuestro agradecimiento!