Efesios 4:32 dice, “Sean bondadosas y compasivas unas con otras, y perdónense mutuamente, así como Dios, las perdonó a ustedes en Cristo.” ¿Tienes alguna raíz de amargura en tu vida hoy? ¿Estás albergando algunos sentimientos negativos, animosidad, o hasta odio hacia otra persona?
El perdón es la esencia de la fe cristiana. Como hemos recibido el regalo del perdón de Dios, debemos de vivir una vida perdonadora. Cuando Jesús nos enseñó a orar, El incluyó palabras perdonadoras en Mateo 6:12, “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.”
COMO GENTE PERDONADA, nosotras debemos de amar, en vez de odiar. Debemos ser bondadosas y gentiles, en vez de andar molestas y resentidas. Recordando lo que Dios hizo por nosotras, a través de Cristo, nos debe de motivar a vivir una vida de perdón. Esto incluye perdonar a aquellos que nos hacen daño.
De una forma u otra, todas hemos sentido el dolor, y el maltrato de otros. Y sin embargo, no debemos de vivir en amargura, SINO EN PERDÓN. Hasta Jesús nos alentó a que oráramos por nuestros enemigos, y por todos aquellos que nos desprecian.
A lo mejor estarás pensando, “¡Esto es muy difícil!” ¡TE DOY TODA LA RAZÓN! No solo es difícil, es imposible por nuestra fuerza humana. En nuestro estado natural, no somos capaces de amar y perdonar así. Pero Jesús si puede. Él clamó desde la cruz en Lucas 23:34, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Jesús, que vive en nosotras, derramará Su gracia y Su amor, a través nuestro, para que podamos perdonar a otros. ESTE PROCESO ES DIVINO. ¡No es humano! Te puedo asegurar esto: ¡Tú nunca podrás perdonar más de lo que Dios te ha perdonado a ti!
Jesús nos ha perdonado todos nuestros pecados, y sin embargo, todavía hay mucha gente, que continua viviendo con un espíritu implacable. Viven resentidas contra todos aquellos que las han ofendido, y con el tiempo, su resentimiento se convierte en amargura.
La amargura es un gran problema porque la gente cree que está justificada en su enojo y resentimiento. “El me hizo eso a mí”. “Ella me hizo eso a mí”. Yo sé, ¡la vida es dura! Pero el haber sido herida, no es una excusa para que la creyente viva una vida de resentimiento.
Hay un libro llamado “¿Vale la Pena Morir por Eso?” El tema de este libroes que la ira que se interioriza, mata gente. Guardar resentimiento es dañino y destructivo emocionalmente, espiritualmente, y relacionalmente.
En vista de esta rabia interna, ¿cómo podemos vivir vidas de perdón? ¿Cómo podemos escoger el perdón en vez de la amargura? ¿La bendición en vez de la maldición? PRIMERO QUE NADA, quiero que te des cuenta que el no querer perdonar es una elección. Si estás aferrada a la amargura hoy, ¡es una elección que tú misma estás haciendo!
Yo entiendo que tú puedas tener MUY BUENAS RAZONES para sentirte resentida. A lo mejor fuiste abusada cuando niña. A lo mejor estás lidiando con una enfermedad incurable. A lo mejor fuiste traicionada por un ser querido, o te engañaron, o te robaron. Todas hemos experimentado dolor. ¡Pero tú no puedes permitir que el pasado destruya tu futuro!
Escoge el futuro de Dios en vez de tu pasado. Deja ir a las ofensas. Pon en libertad a tu resentimiento. Nunca sentirás verdadera alegría, mientras sigas aferrada a tu dolor, y negándote a dejarlo ir. Recibe el perdón de Dios. Perdona a aquellos que te han herido, y comienza a vivir una vida perdonadora.
Es tu responsabilidad obedecer a Cristo, perdonando a otros. Y también es tu responsabilidad pedir perdón, si es que has ofendido a alguien.
Y SEGUNDO, pídele a Dios que te ayude con tu “Memoria”. Muchas cristianas guardan rencores por años. Algunas de ustedes se pasan la vida contando la misma historia… repitiendo el mismo cuento… la misma ofensa… una y otra vez… ¿Para qué?
Dios declara en Hebreos 10:30, “Mía es la venganza; Yo pagaré.” El derecho de juzgar es de Dios, no es nuestro. Asumir lo contrario es asumir que Dios no lo puede hacer. No perdonar es irreverente. Perdonar es demostrar reverencia.
Perdonar NO ES DECIR QUE EL QUE TE OFENDIÓ está en lo correcto. ¡NO! Perdonar es decir que Dios es fiel, y que Él hará lo correcto. Perdonar no es necesariamente olvidar la ofensa – el dolor puede ser muy profundo para olvidarla.
Pero el perdón nos ayuda a rechazar la amargura, que echa raíces en nuestros corazones… a rechazar la malicia, el chisme, la calumnia y la venganza. No podemos controlar las acciones de otros, pero cuando decidimos perdonar, tomamos control de nuestras propias reacciones.
En ese momento decidimos valorar a la otra persona, a pesar de su ofensa, y a desear lo mejor para ella ante Dios. El perdón también restaura nuestras relaciones, o por lo menos, prepara los cimientos para poder restaurarlas.
Seguro que algunas de ustedes estarán pensando, “Aun si perdono, ¡NO PUEDO OLVIDAR!” Dios no te está pidiendo que apruebes lo que pueda haber pasado… las injusticias o los malos tratos que hayas sufrido. Jesús no aprobó de la gente que lo crucificó, ¡pero la perdonó!
Solo Dios puede tener “amnesia divina” para perdonar y olvidar nuestro pecado, y arrojarlo tan lejos como está el oriente del occidente. Nosotras no tenemos la habilidad sobrenatural de Dios de olvidarnos del pecado.
Hebreos 12:14 nos dice, “Procuren vivir en paz con todos, y en santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. Debemos guardar continuamente nuestros corazones contra las raíces de la amargura. El fruto de la amargura es obvio, pero la raíz de la amargura está bien abajo, en el fondo del corazón.
Si alguna vez has tratado de deshacerte de la mala hierba en tu jardín, tú sabes que no la puedes cortar por encimita. Tienes que escavar a fondo, y sacarla de raíz. Lo mismo es verdad con el alma. ¡Tú no puedes recortar la amargura por encimita! Necesitas ir profundamente a la esencia misma de la amargura, y pedirle a Dios que te ayude.
Si entierras tu amargura, ¡NUNCA MORIRÁ! ¡Solo seguirá hurgando más profundamente en tu corazón!
¿Quieres comenzar a vivir una vida de libertad? ENTONCES… ¡ESCOGE PERDONAR!