¿Te sientes alejada de Dios? ¿Quieres reconciliarte con Él? Colosenses 1:20 dice, “Y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.”
Nuestra reconciliación, tomó nada menos, que la muerte del Hijo de Dios.
2 Corintios 5:19, y 21 dice, “Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la Palabra de la reconciliación. 21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él.”
¡Reconciliación! En ninguna parte de la Biblia dice que Dios se reconcilia con el hombre. Dios no necesita reconciliarse con nosotros; nosotros necesitamos reconciliarnos con El. La hostilidad es toda de nuestra parte.
Las manos de Dios están extendidas hacia nosotros con amor, y lo han estado siempre. La hostilidad está siempre del lado del hombre, no del lado de Dios.
Este punto está excelentemente ilustrado en la historia del hijo pródigo. Esta historia también podría ser llamada la historia de un padre compasivo. En la cultura del medio oriente de esa época, el hecho de que el hijo menor pidiera su herencia, antes de que su padre muriera, era un insulto.
Prácticamente le estaba diciendo a su papá: “Quisiera que estuvieras muerto para poder hacer lo que me da la gana con mis bienes.” Así que, aquí vemos a este joven, RECIBIENDO SU HERENCIA. Con billetera en mano llena de plata, le dice adiós a su papá, y se va de lo más contento por el camino.
La “tierra lejana” lo estaba llamando. Sin embargo, la tierra lejana nunca se mide en términos de kilómetros, sino en términos morales. ¡Era libre!
Y estaba podrido en plata! Encontró amigos en todas partes, deseosos de ayudar a ese tonto a malgastar su plata. Como granos de arena que corren a través de un reloj de arena, el chico vio su dinero desaparecer. Había pagado la cuenta, demasiadas veces, por las juergas, las borracheras y las orgías.
Llegó el día en que se quedó sin un centavo – Y SIN AMIGOS. El hambre lo llevó de chacra en chacra en busca de trabajo. Finalmente lo contrataron para alimentar, nada menos, que a cerdos… ese era el trabajo más denigrante para un judío. Poco a poco, este chico tan bellaco, volvió a sus cabales.
Comenzó a pensar en su casa… en su querido papá, en su hermano… en los sirvientes de su padre, y en la buena comida que siempre abundaba. En cambio, él estaba ahí, pasando hambre. Así que, decidió regresar, y comenzó su largo viaje de regreso a casa.
¿Qué podía decir? Padre, he pecado.” Ese era el punto crítico. El había pisoteado el amor de su padre. Ahora se daba cuenta de lo bueno y bondadoso que era su papá. Pensó decirle, “Hazme como uno de tus trabajadores.”
Que tal diferencia entre su oración de partida, y su oración de regreso a casa. Su oración de partida fue, “Padre, dame.” Su oración de regreso fue, “Padre, hazme.” Esta es la prueba de un corazón arrepentido.
Y cuando se acercaba a su casa, podía ver “en su mente” el rostro noble de su padre… Sus lágrimas… la última vez que lo vio. Y a lo que iba llegando, su fortaleza comenzó a flaquearle.
¿Cómo podía enfrentarse a su padre? Miró sus harapos. Pensó, “Mi padre me debe de odiar.” Pero lo increíble sucedió. De repente una figura apareció corriendo desde el horizonte, llamándolo, “hijo.” ¡No lo podía creer! ¡Era su papá!”
Jesús dijo en Lucas 15:20, “20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.”
Su papá había estado esperándolo todo ese tiempo. No pasaba ni un solo día en que su padre no subiera al techo de la casa para mirar por el camino, con el corazón anheloso y dolorido, anticipando el regreso de su hijo.
Ese era el punto de la parábola. El padre no necesitaba reconciliarse con el hijo. Era el pródigo que necesitaba reconciliarse con el padre. ERA ÉL, el que le había vuelto la espalda. El padre nunca dejó de querer al hijo descarriado. A la primera señal de arrepentimiento… a la primera vista de su hijo por el camino… el papá salió corriendo.
Bajó del techo… salió de la casa por el portón… y hacia la carretera… Tan rápido como sus viejas piernas podían… tan rápido como su corazón se lo permitía. ¡Iba a recibir a su hijo! Y mientras él corría, su túnica volaba tras suyo, y sus brazos abiertos… ¡Iba a traer a su hijo a casa! ¡Harapos, y todo!
Cuando el hombre pecó en el paraíso, creó un problema. La santidad de Dios dijo, “Castígalos.” El amor de Dios dijo,“Perdónalos.” Dios pasó sentencia contra la humanidad. La sentencia máxima equivalente a Su santidad absoluta – “la muerte,” seguida por la condena eterna en el infierno.
Luego, en la Persona de nuestro Señor Jesucristo, Dios pagó la pena El mismo. Al crucificar al Hijo de Dios, nuestra raza humana exhibió cuán lejos puede llegar en su rebelión contra Dios. EN LA CRUZ, el hombre hizo lo peor. La maldad humana no pudo hacer más. PERO DIOS puede y hace la paz por medio de la sangre de Su cruz. La cruz sería el medio de nuestra reconciliación.
¿Quieres reconciliarte con Dios? Si tú reconoces que has pecado, y que necesitas un Salvador, esta es la buena noticia: Por medio de Jesucristo puedes ser perdonada.
Puedes tener una nueva vida. La Biblia dice que debes de voltearle la espalda a tus pecados, y recibir a Cristo por fe como tu Señor y Salvador. Tú lo puedes hacer en este mismo momento. Repite esta oración después de mí.
Señor Jesús, Sé que soy pecadora. Perdóname. Yo creo que moriste por mis pecados y resucitaste de entre los muertos. Ya no quiero pecar más. Ahora te invito a que entres en mi corazón y vida. Quiero seguirte, como mi Señor y Salvador para el resto de mi vida. Lléname de tu Espíritu Santo. En el nombre de Jesús… Amen.