Yo crecí en Lima en un ambiente muy religioso. Fui a colegio de monjas durante mis 12 años de educación primaria y secundaria. Participé en todas las tradiciones de la iglesia.
Pero sentía en mi corazón que algo me faltaba. Traté de llenar ese vacío adquiriendo dinero, títulos universitarios… me decía a mí misma, “Si tuviera una casa más grande, o un auto mejor, si pudiera viajar más,” entonces sería más feliz. Pero nada me llenaba completamente.
Siempre me quedaba ese vacío, y pensaba ¿Y ahora qué? ¿Es esto todo lo que la vida ofrece? Hasta que hace 18 años, fui a una iglesia cristiana, invitada por un amigo. Fui, más que nada, para no quedarle mal al amigo.
Pero con Dios no hay casualidades. No tenía idea que ese día tenía una cita divina con Dios. Cuando escuché el evangelio explicado en forma simple y maravillosa, me di cuenta cuanto había anhelado esto, y cuán grande había sido mi hambre de Dios y Su Palabra.
Y ese mismo día me entregué a Jesús. ¡UY! ESTABA TAN EMOCIONADA! Pero en menos de un mes, mi mundo se comenzó a desmoronar. Perdí mi negocio… mi estabilidad económica… y todas las cosas que eran importantes para mí.
En ese tiempo, yo pensaba que mi carrera, mi educación, mi dinero, mi éxito, y mi prestigio eran las cosas que me definían. Las cosas que me daban valor. En medio de mis lágrimas y dolor, hubiera sido tan fácil alejarme de Jesús. Sin embargo, yo quería estar con mi Salvador.
No quería renunciar a esa pasión… a ese amor… a ese gozo y salvación eterna, que había encontrado en Cristo. ¡Entonces me di cuenta que mi valor estaba en Él! ¡Que nada se compara a Él! Así que me aferré a Su promesa de que Él nunca me dejaría ni me abandonaría. ¡Y El cumplió Su promesa!
Traté de conseguir trabajo, pero no había trabajo para mí -- A PESAR DE QUE TENÍA UNA MAESTRÍA EN ADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS INTERNACIONALES. Como no podía entender lo que estaba pasando en mi vida, clamé al Señor, “Por favor, Señor, ayúdame a entender. ¿No sé qué hacer? ¡Quiero hacer Tu voluntad! ¡Pero ando desesperada!
Un día, después de todo un año de luchas, escuché al Señor hablarme al corazón, de una forma clarísima: “Estate quieta y reconoce que Yo soy Dios.” Y me lo repetía una y otra vez, Estate quieta y reconoce que Yo soy Dios.”
A lo que manejaba mi carro, prendí la radio, y una canción comenzó, “Estate quieta y reconoce que Él es Dios.” Se me salían las lágrimas. ¡Dios me estaba hablando!
Luego fui a la tienda a comprar una tarjeta para el día del padre, y esta tarjeta prácticamente me saltó encima, decía, “Estate quieta y reconoce que Yo soy Dios.”
Ese domingo, cuando fui a la iglesia, el encargado de la alabanza comenzó a cantar un solo, “Estate quieta y reconoce que Él es Dios.” Y ese miércoles en la iglesia, el pastor comenzó el servicio, orando, “Estate quieta y reconoce que Yo soy Dios.” ¡Dios me lo tuvo que repetir cinco veces… en cinco días para que me entrara en la cabeza!
“Señor,” le pregunté con lágrimas de emoción, “¿Me estás tratando de decir algo?” ¡Era obvio!
En ese tiempo yo todavía era “relativamente” nueva en la fe, así que no entendía bien todo esto. Dios me estaba hablando a través del Salmo 46:10. Él me estaba diciendo que confiara en Él. Que tuviera paciencia.
Que Él tenía un plan para mi vida, y que Él lo cumpliría a Su debido tiempo. Que tenía que dejar de hacer las cosas a mi manera, y hacerlas a Su manera. Mientras esperaba pacientemente a que Su voluntad se cumpliera en mi vida, Jesús me abrió la puerta para ir a la Escuela de Ministerio.
Cuando terminamos la parte académica de la escuela, nos fuimos en viaje misionero a las reservaciones de los indios Sioux de Dakota del Sur, en los Estados Unidos. Y es ahí, en el campo misionero, que Jesús me habló al corazón, diciéndome que yo tambi én tenía mi propia gente.
Yo le pregunté: “Señor, ¿quién es mi gente? ¿La mujer peruana? ¿La hispana? ¿La americana? ¿O la mujer en general? Y a través de una misionera, que conocí en ese viaje, El Señor me habló al oído, diciéndome, “Estate quieta y reconoce que Yo soy Dios.” Jesús me estaba diciendo nuevamente que tuviera paciencia. Que esperara en Él.
El Señor me comenzó a preparar para enseñar la Biblia a las mujeres. Primero en mi iglesia, como maestra bíblica en inglés, y luego en Latino América, dando conferencias bíblicas a las mujeres hispanas.
Y DESPUES DE 11 AÑOS, cuándo ya pensaba, que tal vez, no había escuchado bien al Señor, Dios me volvió a hablar, pero esta vez, a través de Josué 18:3, ¿Hasta cuándo vas a esperar para tomar posesión del territorio que te he dado? ¡UY! ¡No lo podía creer!
Jesús abrió la puerta en el momento preciso, para que yo enseñara Su Palabra, a la mujer hispana, a través de la radio, la TV, y el internet. ¡Mi testimonio es la obra del Señor! Y tú no estás viendo este video por casualidad. Dios tenía algo muy importante que decirte hoy.
Y Él tiene un gran plan para tu vida también. ¡Así que… ¡Espera en El! ¡Ten paciencia! ¡Persevera! Y como me dijo a mí, te dice a ti también, en el Salmo 46:10, “Estate quieta y reconoce que YO soy Dios.” ¡Así de maravilloso es Jesús! ¡Entrégate a Él completamente, y verás lo que Él puede hacer en tu vida!
Jesús te ama y quiere darte una nueva vida. Y Él estará contigo contra viento y marea. Él nunca te dejará ni te abandonará. Si te sientes vacía en estos momentos, si te sientes sola, si quieres tener paz y alegría, solo Jesús puede satisfacer los anhelos más profundos de tu corazón.